Anoche mientras releía una vieja novela de Agatha
Christie me interrumpiste con una de esas gracias tuyas tan increíblemente
lucidas que yo, por mi calmosa capacidad de interpretarlas la pillé a
destiempo, hecho que te resultó gracioso, como otras veces. Retomé la lectura
al tiempo que tú te desvestías, levanté la mirada para perderme en tu espalda y
alcancé al resto de tu cuerpo mientras salías del dormitorio.
Cuando volviste yo ya deliraba investigando un
asesinato cometido en un hotel en el sur de Inglaterra. Te acercaste a mí,
comentaste que tenías enfundada la pistola por si necesitaba ayuda en la
pesquisa, sonreí, cerré el libro y me asestaste un impacto en toda la boca, me
abrazaste y disparaste.
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