Una mañana tranquila, despiertas de
cara a mí y miras a través de las rendijas buscando un beso perdido de los que
te dejo caer durante la noche. Me entrelazas con tus piernas, me devoras a
besos, sacas de mi alma la parte más salvaje, te encuentro tras los lóbulos de
las orejas, allá donde al besarte pierdes el timón de tu navío.
Sabemos donde comienzan y donde
acaban cada uno de nuestros movimientos, nos colocamos con conocimiento y deseo,
con entrega, rozamos la infinitud de la felicidad al prolongar ese suspiro
mientras la luz se camufla entre las sabanas. Me entrego a ti, tú, haces de esa
madrugada un acto de amor, carnal, carnoso, carnívoro. Sin despertares así los amaneceres
no morderían.
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