viernes, 24 de octubre de 2014

Una mañana, quizá una tarde, puede que una noche...


Una mañana tranquila, despiertas de cara a mí y miras a través de las rendijas buscando un beso perdido de los que te dejo caer durante la noche. Me entrelazas con tus piernas, me devoras a besos, sacas de mi alma la parte más salvaje, te encuentro tras los lóbulos de las orejas, allá donde al besarte pierdes el timón de tu navío.
Sabemos donde comienzan y donde acaban cada uno de nuestros movimientos, nos colocamos con conocimiento y deseo, con entrega, rozamos la infinitud de la felicidad al prolongar ese suspiro mientras la luz se camufla entre las sabanas. Me entrego a ti, tú, haces de esa madrugada un acto de amor, carnal, carnoso, carnívoro. Sin despertares así los amaneceres no morderían.

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