Los domingos tienen algo
especial. Si no nos hemos abandonado a los brazos de Baco, las madrugadas saben
a ritmos cálidos bajo las sabanas. Y tras una ducha fresquita, ese café,
intenso que preparas para mí, igual que el primer día, a sorbos con besos
bebemos hasta saciarnos de caricias. Confieso que yo nunca me he hartado de
ellas, las busco sin que te des cuenta los días de diario al maquillarme en el
baño mientras tú te recortas la barba.
Y tras el desayuno nos
acercamos a la Laguna,
paseamos un rato por sus calles, desandamos lo que habíamos andado algún día y
de la mano hablamos, solo con ellas. Y nos sentamos en una terraza, y mientras
tomamos otro cortadito y yo comento que hace un poco de pelete, tú tomas la
prensa, me miras, sonríes, y regresas a la lectura. Y yo me quedo pensando en
esta historia sin final.
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