sábado, 22 de agosto de 2015

Me caso...




Me caso, me lo pidió anoche mientras terminábamos de preparar la cena, abrió el frigorífico y sacó una botella de champagne. Le miré inquiriendo por el líquido elemento, me respondió con un monosilabio de los intensos.
Será algo muy íntimo, extremadamente entrañable, a ninguno nos gusta la pomposidad de ahí que la ceremonia sea en un emplazamiento poco conocido, un poco críptico y salvaje. Tampoco la hora ordenará lo establecido por el patrón normativo que rige este tipo de celebraciones, vamos a nuestro ritmo, acontecerá cuando tenga que surgir ni antes ni después, eso sí, mejor antes de que me deje dormir mientras le leo lo último que he escrito y él me amenaza con folgarme.

Nos casamos, fue algo intrépido, sin vergüenza, venteaba una brisa salitrosa y fresca, a eso de las dos de la madrugada, desnudos y con la íntima profundidad de la ceguera entre las sábanas buscándonos, solos tú y yo, sin más guión que nuestras manos y nuestros labios, en una tibia habitación y con la única realidad de querer estar ahí en ese instante.
Lo demás queda para nosotros y fuera de toda objetividad.

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