Después de
varios días en la hemeroteca, comprobamos que el anciano de la calle Agustín no
nos había mentido, el 13 de octubre del pasado año había sido hallado el cuerpo
de un hombre caucásico, de complexión media y de aproximadamente unos 50 años
en una de las casas laguneras. Los forenses tardaron días en realizar la
autopsia por el mal estado del cuerpo, la policía tardó una semana en dar con
el paradero de los familiares.
“¿Nos acercamos
a la casa?”, me preguntaste abriendo los ojos, emocionado. Asentí y me metí en
la ducha. Tú no me seguiste como otras veces, estabas demasiado excitado con el
nuevo descubrimiento. Preparaste los enseres y me esperaste en el coche.
Al llegar al
lugar, aparcamos en una zona poco transitada. Tomé mi chaqueta y las gafas de
sol, y tú, el maletín con la grabadora para hacer la psicofonía. En la zona
había un café bastante austero y unas viviendas bajas, la casa que nos
interesaba quedaba detrás. Una mujer de rasgos afroamericanos se levantó nada
más vernos y se acercó a mí. Me miró intensamente y me dijo: “¿Desde cuando te
acompaña?”, le respondí, “ya llevamos juntos más de cinco años”. Volvió a
insistir, “¿Cuánto hace que va contigo?”, me molestó su insistencia y la miré
inquiriendo qué no había entendido de la respuesta, “Cinco años”. “No hablo de
él, hablo de la figura espectral que está a tu lado, no ha dejado de mirarme
desde que llegasteis, creo que me necesitáis”.
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