Los amores prescriben, eso
me dijeron cuando fui a cumplimentar el formulario de relaciones sensatas. El
individuo que me interrogaba vestía un traje ajado y miraba por encima de las
gafas, no gesticulaba y llegué a pensar que me encontraba ante un muñeco programado
para casos de emergencia, como el mío.
“Su amor ha prescrito, señora”, “¿señora?” Le dije, “pero usted con quién
piensa que está hablando”, me miró sorprendido y respondió: “con una señora de
mediana edad que quiere cancelar sus relaciones para emendar su vida”. Salí de
la oficina llena de dudas, los amores caducan, eso significa que mi primer amor
ya forma parte de un diario, y los siguientes han dejado de ser sustantivo para
convertirse en pronombres demostrativos, “aquel”, “ese”, nunca más serán ese
estado temporal del alma lleno de mariposas, jamás formarán parte del presente
intacto y menos del futuro aventurero.
Los amores vencen como lo
hacen los medicamentos que compramos compulsivamente en la farmacia para
dolores pasajeros. Los amores llegan a tu vida, unos arrasan y tatúan instantes
bajo tu piel, otros finalizan antes del amanecer, hay algunos que abandonan
antes de empezar la batalla, y existen algunos inconclusos que cada noche
aparecen en la esquina de tu cama con los ojos cerrados porque aún no se dieron
cuenta de que forman parte del absurdo.
Sin embargo, hay amores que
aún están por venir, los de los aleteos en el estómago, los que arriesgan en la
tempestad, los que besan despacio y abrazan con caricias, a esos, les dedico
este instante. A uno de esos espero cada noche bajo las sábanas.
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