Me encantaría referirme a relaciones reales, no a las que invaden las telenovelas de un
domingo por la tarde, esas en las que el destino detiene el tren para que los
protagonistas se crucen, ni hablo de las que avanzan sobre el horario previsto
de la sociedad a lomos de la tecnología, de las barruntas sobre el escaso
tiempo para entretenernos y menos para comunicarnos, del sexo sin amor y de los
cuartos oscuros sin pasión.
Y me incorporo en la cama, aún duermes, observo tu espalda
desnuda, recuerdo las horas pasadas, intensas, salvajes, las risas y las
cosquillas, las miradas, ese juego silencioso que nos mantiene vivos. Somos ese
dúo poco convencional que conversa sin mirar el móvil, que avanza sin firmar un
compromiso, que busca el tacto y el contacto, que se toca, que a veces duerme
separado, que viaja libre y con poco equipaje.
Te desperezas y te giras para mirarme. A estas horas, despeinada y
medio desnuda resulto tremendamente sexy, me abrazas e insistes en la
horizontalidad de la madrugada.
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