Es
curioso cómo cambia todo, o cómo cambiamos nosotros. 2014 ha sido un año
intenso en todos los sentidos, en todos. He gozado de una calma inmensa, he
amado hasta el infinito, he llorado como hacía mucho no lo había hecho y he
reído, mucho, porque así debe ser la vida, o por lo menos siento que es mi
vida, una montaña rusa de emociones.
Si
tuviera que darle un olor sería el
del mar, ese Atlántico que me tiene conquistada y con el que me fundo cada vez
que visito la isla de Tenerife.
El
sonido, el profundo silencio a 2220
metros viendo atardecer en el Teide con mi primer mar de nubes de fondo.
El
tacto, los besos y los abrazos de mi
sobrino, incondicionales, directos y verdaderos.
2014
tiene dos sabores: los mojitos de
Wolmer cuando salgo de “café torero” y el escaldón, un plato canario que probé
este año por primera vez y que por supuesto me ha encantado.
Y para
concluir, la imagen de este año fue
esa noche en el karaoke durante mis vacaciones, imposible de olvidar.
(Curiosamente
de los cinco sentidos cuatro están vinculados a la isla… sobran las
explicaciones)
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