Es curioso cómo empiezan algunas aventuras. Con paso tranquilo, zapatos de cordones y en un fotograma en blanco y negro.
Decías
que amanecía tarde en mis ojos, que vagábamos por medio mundo sin equipaje, que
era mi piel el mapa de tu periplo, que marcabas mis lunares para no perderte
entre mis curvas. Hablabas de un viaje sin destino, de esos que se muerden
cuando llegas al aeropuerto porque desconoces a dónde te diriges.
Es
osado comentarte en el desayuno que lo hago descalza y con mucho cariño, que me
hallo en ese momento de mi vida en el que besarte sería parte de una simbólica
maleta con la que continuar esta historia.
Miro
el reloj, son ya las once, descabezas mil sueños en el sofá mientras yo escribo
de mundos invencibles, sin la tele eres carne del insomnio, entreabres los ojos
y te sostienes en mí, te incorporas y buscas una brújula.
Cariño,
el dormitorio queda al norte.
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