Aquella noche en el bar de Mulligan había
un concierto de jazz, entré dispuesta a sacudir el momento. En la barra había
un individuo de esos que no se olvidan consumiendo whiskey canadiense. Me
acerqué dejando que mis caderas insinuaran mi presencia, y me senté en un
taburete junto a él. Pedí lo mismo, ni me miró, era el típico buscavidas y en
algún momento de su vida sería un
perdedor, le pedí fuego, tan solo giró la muñeca y me lo ofreció.
Coqueteaba con la camarera mientras
sonaba una de Gregory Porter en el escenario. Saqué mi polvera y me empolvé la
nariz, el perfume le hizo girar, le miré a los ojos, eran de un oscuro intenso,
los rehuí y me volví hacía la salida. Me agarró de los hombros, me escurrí de
sus fuertes manos, caminé hacia el lavabo, me siguió, intentó sujetarme, me
giré y le golpeé, allá donde sus ideas sobrevuelan la noche, se agachó y
abandoné el local, tras colocarme mi sombrero coquetamente.
1 comentario:
El protagonista no veía bién,seguro.Cualquiera se prendaría de tí, un poco chulo ¿no?
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