Esto es lo que se denomina un recuerdo a bocajarro,
sin más medicina que lo que llega de golpe. Hace años, una película que ardía
por las aristas de la habitación, tú y el sonido de la ducha en la baño mientras
te esperaba en la terraza, dos copas de vino blanco sobre una mesa baja y de
fondo, una madrugada infinita.
Había tanto que comunicar tanto que sentir ya sin
más partituras que la piel. Permanecimos mirándonos cerca de media hora,
observando cada minúsculo detalle que mostraba nuestra desnudez. Confieso que
me ruboricé en una ocasión, rocé tus manos al inclinarme hacia mi copa, me
volví hacia tus labios y te besé.
Hubo miles de instantes así esa noche mientras
pensaba en cómo se materializan las memorias, cerré los ojos y calculé el
tiempo de impacto, como si de una tormenta de verano se tratara.
La locura lleva un sello implícito que marca la
diferencia con la cordura, es nictálope y apasionada.
A la demencia hay que respetarla porque solo los grandes amores aman con
locura.
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