Este desconsuelo trabaja a destajo cuando sufrimos un impacto
inesperado, comienza en el cerebro y baja a través del tronco encefálico para
informar a cada una de las partes implicadas qué va a ocurrir. A los pies les
pondrá un peso devolviendo la imagen de un preso con su bola; a las piernas por
inducción las bloqueará; al alma le impedirá seguir, confiándole un secreto
terrible, ese que dice que está sufriendo por algo imposible de reparar; y al
corazón le arrancará el latido, le golpeará con fuerza y le sacará el aire.
Nuestra misión es mucho más sencilla que la de esta aflicción,
solo debemos atacar a un miembro, el que pone en funcionamiento todo este
mecanismo, se le llega con los ojos bien abiertos y una sonrisa en los labios,
se le embiste sin dudas, se le dice, “me dueles, las magulladuras y moratones
saldrán con el tiempo, pero con el tiempo se irán, y yo seguiré, aquí,
viviendo, porque yo puedo y porque estoy viva”.
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