jueves, 10 de marzo de 2016

¿Llegará un día en que no tengamos nada que contarnos?

¿Llegará un día en que no tengamos nada que contarnos? ¿En qué nos miremos y no nos encontremos en la mirada? ¿Qué seamos un silencio absurdo y frío en compañía? 
¿Organizaremos las tardes con desgana, evitaremos cruzarnos en la cocina, marcaremos territorio con reservas? 
Cariño, me niego a formar parte de ese desenlace, lo triste no es que se acaben las palabras sino sobrevolar sin ellas, aferrarte a algo para no quedarte solo. Recuerdo cada instante, bueno, no todos pero sí los suficientes para que cuando rememore nuestra historia me brillen los ojos y sonría sin querer. Y es cierto que hay días que no tengo miles de aventuras con las que sorprenderte, y que tú llegas cansado, momentos en los que si no fueras como eres y yo como soy habríamos avanzado hacia el agujero negro de las relaciones. Sin embargo la idea es compartirlo todo, las miradas, los despegos, los aterrizajes, los deseos, las cadencias, los nocturnos y los crepúsculos. Adoro que me llames de improviso para saber cómo me encuentro y que te mantengas a dos alientos de mi boca antes de besarme. Sé que te encanta disolver el azucarillo escuchando mi risa y que en ocasiones imaginas que sigo en tu lado de la cama.
Y si llegara el día del mutismo absurdo y de la monotonía insípida, prometo que abandonaré el barco, sin escenas ni salvavidas, no se trata de hundirnos juntos sino de sobrevivir con elegancia.


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