Últimamente me emociono con todo y por todo, y por
qué no, al pensar en ti.
Se humedecen mis ojos, caen silenciosas las lágrimas
desde el ventanal de mi alma, sonrío, te deseo, y mientras llega la noche abro
una botella de vino blanco, lo sé, antes de desnudarme quieres brindar, por eso
de que los choques cristalinos provocan a ciertas horas apetitos. Y me encanta
la elegancia con la que me miras por encima de las gafas, no respondo a tu
pregunta, me incorporo y voy dejando caer mis vestidos a lo largo del pasillo. Entramos
en ese instante íntimo reservado para la locura, para ti y para mí, un lecho
cálido y la eclosión de lo que está a punto de estallar.
La primavera acaba de posarse sobre el pomo de la
puerta del dormitorio. Son las 23:45 de un 20 de marzo, como siempre llega a destiempo.