jueves, 31 de octubre de 2013

Tu cuerpo...



Tu cuerpo es el único lugar donde pierdo el norte, y a veces el sur.
Tu cuerpo es un parapente noctámbulo, un vaso bajo de güisqui una noche de luna nueva.
Tu cuerpo es una botella de oxígeno a cuarenta metros.
Tu cuerpo es una motocicleta en la que cabalgo cada anochecer.
Tu cuerpo es aquello que deseo con nocturnidad cuando amanece y al ponerse el sol aún forma parte de mis apetitos.

lunes, 28 de octubre de 2013

Quiero...

Quiero pasar contigo noches que no acaben que se encierren en instantáneas como esta que sepan a sal y suenen como el mar embravecido. Quiero.

Y no cejaré de acurrucarme al atardecer pensando en tu recuerdo. Aquella playa inconclusa, desahogada, esas dos moles que cerraban mis pasos. Y tú, al otro lado, desnudo, decidiendo a quien pertenecer al agua o al fuego, obviando que la noche llega y con ella, la tormenta.

domingo, 27 de octubre de 2013

Hasta siempre, Lou




Te vas como quien se atreve a ajustar las cuerdas de una guitarra, con sigilo y rasgando acordes.

Te vas accionando un interruptor, el de la caja de sonido, ese que te une como si de un cordón umbilical se tratara, a la música para siempre. Y es que siempre serás del mundo, de las guitarras y de los que amamos las melodías rotas e intensas.

Hoy puede ser un “perfect day” mas te fuiste sin avisar, caminando por el lado salvaje de la vida.
DEP 

domingo, 13 de octubre de 2013

En el bar de Mulligan...

“Antes de perder golpea, primero suelta la izquierda, dos veces y sin pensarlo, la derecha, con fuerza, intensamente, no dejes que te pillen desprevenida, mira a los ojos, cúbrete, sal de su circulo, entra insinuándote, nunca pensara que vas a atacar, golpea otra vez, esquiva…”.

Aquella noche en el bar de Mulligan había un concierto de jazz, entré dispuesta a sacudir el momento. En la barra había un individuo de esos que no se olvidan consumiendo whiskey canadiense. Me acerqué dejando que mis caderas insinuaran mi presencia, y me senté en un taburete junto a él. Pedí lo mismo, ni me miró, era el típico buscavidas y en algún  momento de su vida sería un perdedor, le pedí fuego, tan solo giró la muñeca y me lo ofreció.

Coqueteaba con la camarera mientras sonaba una de Gregory Porter en el escenario. Saqué mi polvera y me empolvé la nariz, el perfume le hizo girar, le miré a los ojos, eran de un oscuro intenso, los rehuí y me volví hacía la salida. Me agarró de los hombros, me escurrí de sus fuertes manos, caminé hacia el lavabo, me siguió, intentó sujetarme, me giré y le golpeé, allá donde sus ideas sobrevuelan la noche, se agachó y abandoné el local, tras colocarme mi sombrero coquetamente.